El aumento demográfico y la alta demanda de alimentos a nivel mundial ha propiciado una exhaustiva búsqueda por aumentar los rendimientos de los cultivos y el desarrollo de nuevas técnicas e insumos que permitan una mayor tecnificación y protección contra los distintas amenazas que pueden comprometer el éxito de los cultivos. En este contexto, podemos encontrar al grupo de los herbicidas: agroquímicos destinados a la eliminación de los organismos vegetales cuya presencia no es deseada dentro de una parcela productiva, comúnmente conocidas como malezas o plantas arvenses.
Dentro de este grupo, el herbicida más utilizado en México y a nivel mundial es el Glifosato, cuyo consumo al 2018 supero las 800 mil tn/Ha, este aumento corresponde al incremento de la comercialización y siembra de cultivos genéticamente modificados resistentes al glifosato a partir de 1996, lo que disparó el uso de este herbicida en un 1,500% (CONACYT, 2020).
El glifosato es una sal isopropilamina de N-(fosfonometil) glicina, con un peso molecular de 228.18g/mol, el cual actúa como herbicida no selectivo, sistémico de acción foliar, es decir, que ingresa a la planta a través de las hojas para después migrar a otras partes del tejido vegetal donde será mínimamente metabolizado. El mecanismo de acción del glifosato es por medio de la inhibición de la biosíntesis de aminoácidos aromáticos en las plantas (triptófano, fenilalanina y tirosina) mediante la inhibición de la enzima 5-enolpiruvil-shikimato-3-fosfato-sintetasa (EPSPS), con lo que se reduce la producción de proteína y el desarrollo de la misma.
El descontrol en la catálisis por la enzima EPSPS en el penúltimo paso en la vía del shikimato reduce también la biosíntesis de otros compuestos tales como tetrahidrofolato, ubiquinona y vitamina K (Salazar, N., & Aldana, M., 2011).
El ácido shikimico resulta esencial para la vida de las plantas, algunas bacterias y hongos, por lo que se considera de baja toxicidad para animales, sin embargo; diversos estudios han demostrado que el uso cada vez más intensivo de este herbicida puede ser causa de efectos potencialmente perjudiciales y graves afectaciones en la reproducción en organismos acuáticos, anfibios y aves, así como una grave disminución en la diversidad de insectos; por ejemplo, las abejas y otros polinizadores pueden encontrar menos recursos debido al efecto de glifosato en plantas no blanco, o bien al entrar en contacto directo con el herbicida al consumir agua, néctar o polen contaminado, provocando efectos subletales en estos organismos (Ruiz-Toledo, J. & Sánchez-Guillén, D., 2014).
Referente a la contaminación ambiental, se sabe que el glifosato tiene la capacidad de translocarse del tejido vegetal hacia el suelo, lo que incrementa la persistencia de 2 a 6 veces más. Una vez en el suelo, este compuesto puede removilizarse por competencia con el fósforo hacia plantas no consideradas como objetivo; además, se sabe que este herbicida afecta a la calidad del agua y a organismos no considerados, lo que altera la estructura y funcionalidad de ecosistemas acuáticos. Esto genera retardo en el crecimiento de algas y peces, inhibición de la eclosión de erizos, cambios histológicos en branquias, acumulación de células filamentosas, hiperplasia celular, daños al hígado y riñón, entre otros.
Hablando de la toxicidad en humanos, estudios de la OMS, el Departamento de Salud de Estados Unidos, y cerca de 1,100 investigaciones científicas determinan que el glifosato es nocivo para el organismo humano, ya que causa toxicidad en las células humanas placentarias, actúa como disruptor endocrino, alteraciones en la estructura del ADN, alteraciones celulares y muerte celular en el hígado. Entre los padecimientos habituales por toxicidad de glifosato se encuentran problemas respiratorios, gastrointestinales, alérgicos, dermatológicos, neurológicos y psicológicos, así como fragmentación del material genético, lo cual está relacionado con el desarrollo de mutaciones involucradas en la generación de cáncer e incremento de abortos.
Debido a estos riesgos a la salud humana, al ambiente y a la contaminación de suelos y cuerpos de agua, el gobierno de México inició una campaña de prohibición contra el glifosato, lo que derivó en la emisión de un decreto presidencial emitido el 31 de diciembre de 2020, y que posteriormente fue ratificado por determinación judicial definitiva el pasado 10 de mayo de 2021. Con esto, México se suma a una creciente lista de países que están vetando el glifosato. Se prevé que, de manera gradual, este herbicida sea completamente erradicado de campo mexicano para 2024. Entre las acciones realizadas para avanzar en esta dirección, se sabe que la Secretaria de Medio Ambiente impidió la importación de 67,000 toneladas entre diciembre de 2019 y agosto de 2020.
De cara a esta prohibición, y buscando mejorar la producción responsable y biorracional de cultivos en México, se apuesta por la implementación de modelos agroecológicos, cuya dependencia a los pesticidas y otros agroquímicos sea fuertemente disminuida, valiéndose de nuevas técnicas e insumos novedosos de carácter orgánico capaces de brindar a nuestros cultivos la protección y nutrición que requieren para asegurar una producción cada vez más eficiente y capaz de suplir las necesidades de una población en aumento, sin comprometer la calidad e inocuidad de los alimentos, así como la salud ambiental de la que dependen millones de especies, incluida la nuestra.
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Bibliografía:
CONACYT, 2020. Expediente científico sobre el glifosato y los cultivos GM. México.
Ruiz-Toledo, J., & Sánchez-Guillén, D. 2014. Efecto de la concentración de glifosato presente en cuerpos de agua cercanos a campos de soya transgénica sobre la abeja Apis mellifera y la abeja sin aguijón Tetragonisca angutula. Acta Zoológica Mexicana. 30: 408-413.
Salazar, N. J., & Aldana, M. L. 2011. Herbicida glifosato: usos, toxicidad y regulación. Revista Ciencias Biológicas y de la Salud. XII (2): 23-28.